Levítico 1:1-17   La Ofrenda del Holocausto

 

Cinco principales sacrificios y ofrendas eran esenciales para el Tabernáculo y la adoración en el templo.

La tribu de Leví fue apartada como sacerdotes y funcionarios del Estado. Los que no eran descendientes de Aarón ayudaban a los sacerdotes, guardaban el Tabernáculo, y movían el campamento en el desierto. Había coros en tiempos del Rey David e instructores de las personas. Los Diezmos sostenían al Tabernáculo y el Templo, los Levitas y a los pobres

La religión Judía prohíbe absolutamente los sacrificios humanos. Normalmente los sacrificios de animales se realizaban delante del tabernáculo o templo. Los sacrificios de sangre eran del reino animal y eran sin mancha, y no menos de ocho días de edad y no mayor a tres años de edad.

El adorador legalmente se purificaba, el animal era llevado al sacerdote, con el cual él se identificó a sí mismo imponiendo sus manos sobre la cabeza del animal (Levítico 1:4). La palabra para "sentar las manos sobre " tiene la idea de apoyarse, o descansar sobre el animal. El adorador simbólicamente se identificaba con el animal como su sustituto, presionando fuertemente sobre él con las manos. El adorador estaba personalmente implicado en el asesinato, en el desollado y la preparación del sacrificio. El sacerdote realizaba los rituales en los sacrificios.

El holocausto (Levítico 1:3-17), olah es "lo que sube," y se refiere probablemente a que el humo del sacrificio totalmente consumido es elevado hacia Dios. Consistía en un animal macho de vaca, oveja o ave  y era consumido por completo, a excepción de la piel, por el fuego del altar. La piel era entregada al sacerdote y la sangre del sacrificio era rociada alrededor del altar. Esta ofrenda diaria era hecha para la nación y para los individuos para garantizar la expiación (Lev. 1:4). Una ofrenda de culpa de pecado generalmente continuaba después del holocausto.

La idea central del holocausto era la entera consagración a Dios desde que el fuego consumió el animal. Simbolizo el abandono de sí mismo y la entrega personal a Yahvé. A causa del pecado personal, era necesario que la persona  muera espiritualmente. No había ninguna reserva ya que el sacrificio fue cedido al Señor en nombre de la persona. . Jesucristo vino a hacer la voluntad de Su padre. ¿Qué mayor demostración por el hecho de que podemos  encontrarlo a Él como la ofrenda consumida totalmente de sí mismo en la cruz? Jesús dijo: "He descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió" (Juan 6:38). Él vino a concluir este trabajo (Juan 4:34). Se dedicó por completo a la voluntad de Dios. Él oró: "No se haga mi voluntad, hágase tu voluntad." Esto totalmente lo consumió. Él fijo su rostro hacia la cruz y no vaciló. Era todo o nada.

Todos los sacrificios de animales señalaban la muerte de Cristo. Cristo nuestra consagración fue consumado por completo en el altar por la sentencia de fuego de Dios. Él fue consumado totalmente por la voluntad de Dios para obtener nuestra justificación.

Hebreos capítulo diez enfatiza en el único sacrificio de Cristo, suficiente para expiar el pecado.

"En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre. Ciertamente, todo sacerdote está día tras día ministrando y ofreciendo muchas veces los mismos sacrificios, que nunca pueden quitar los pecados. Pero Cristo, habiendo ofrecido una vez para siempre un solo sacrificio por los pecados, se ha sentado a la diestra de Dios" (Hebreos 10:10-12).

Se trataba de un sacrifico de una vez y para siempre, que nunca se repite como los sacrificios de animales que sólo podían señalar y enseñar acerca de la venida del sacrificio perfecto por el pecado. No podían hacer a ninguna persona perfecta delante de los ojos de Dios (Heb. 10:1-3). Todo sacrificio era un recordatorio constante de los pecados del pueblo. "porque la sangre de los toros y de los machos cabríos no puede quitar los pecados" (Heb. 10:4). Sin embargo, "Y así, con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados" (Heb. 10:14).

Jesucristo vino y pagó nuestra deuda de pecado en su totalidad. Cada creyente está cubierto por medio de Su sacrificio.

No sólo tenemos un sacrificio perfecto en el Cordero de Dios, pero también tenemos un Sumo Sacerdote perfecto "que no tiene necesidad cada día, como aquellos sumos sacerdotes, de ofrecer primero sacrificios por sus propios pecados, y luego por los pecados de la gente, sino porque esto lo hizo una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo" (Heb. 9:27).

Cristo no ofreció Su sacrificio perfecto en el Templo hecho de manos "sino a través de Su propia sangre, Él entró en el santuario una vez para siempre, habiendo obtenido eterna redención.... ¿Cuánto más la sangre de Cristo, que a través de su Espíritu eterno  se ofreció a si mismo sin mancha a Dios, limpió vuestras conciencias de obras muertas para que sirvamos al Dios vivo?" (Heb. 9:12, 14).

No había ninguna reserva por parte de Cristo. Hubo completo sometimiento a la voluntad del Padre a muestro favor. Como el escritor de Hebreos lo dice claramente, Su sacrificio perfecto hace posible que el creyente se consagre como un sacrificio vivo a Dios. Ahora le pertenecemos a Él. Él nos compró. "Pues habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo" (1 Corintios 6:20). Ahora somos hechos sacrificios vivientes. Por el sacrificio de Cristo, ahora podemos ser lo que Dios originalmente destinó para nosotros. Podemos vivir en justicia. Pablo lo expresó así:

"Por lo tanto, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro verdadero culto. No os conforméis a este mundo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:1-2).

Él nos cambia de adentro hacia afuera. Ahora que tenemos una posición delante de Dios, hemos de vivir vidas justas delante de Él. Pablo usa un término técnico para ofrecer un sacrificio levítico. Toda nuestra persona se convierte en un sacrificio de adoración a través de nuestras experiencias diarias. Presentémonos de una vez por todas con nuestros cuerpos para la disposición de Dios. Ahora podemos ser, un sacrificio agradable a Él. Nuestro sacrificio a diferencia de los sacrificios del Templo, es vivo. Pablo nos exhorta a "Y andad en amor, como también Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros, ofrenda y sacrificio a Dios en olor fragante" (Efesios 5:2). Ahora que he sido redimido, toda mi vida es adoración. Ahora es mi estilo de vida. Esto transforma la forma en que vemos nuestras vidas y el propósito de Dios para nosotros en esta tierra. Nuestra vida puede ser ahora un aroma "fragante" a Dios, antes que el hedor del pecado y la muerte. Que la dulce fragancia de Jesús te contagie. Nosotros, también, ahora podemos ser consumidos por la voluntad de Dios. Ahora somos la ofrenda del Holocausto para nuestro Dios.

El deseo del creyente en Cristo es: "No se haga mi voluntad, sino la tuya." La gracia de Dios nos transforma desde el egoísmo a un estilo de vida que  es consagrado a Dios. Nos sometemos a Él como Señor y Maestro de nuestras vidas. En esa sumisión a la voluntad de Dios encontramos alegría, paz y vida abundante. Un sacrificio vivo produce el fruto del Espíritu en la vida cotidiana del creyente.

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